Hay unas piñas en el jardín de mi casa.
Mi mamá las plantó hace como dos meses, o tal vez 3, ya no lo sé. Pero recuerdo que le ayudé a arrancar las hojas puntiagudas que después puso en dos macetas con mucha tierra.
“Las piñas tardan mucho en crecer… tu tía plantó una hace más de un año, y apenas maduró. Es pequeña, pero me dijo que salió muy rica”.
Yo nunca he sido mucho de jardinería, y tampoco soy la más paciente, pero toda esa escena me causó cierta ternura. Sobretodo, cuando mi mamá con una sonrisa en el rostro agregó “estas piñitas entonces, estarán listas hasta que tú regreses de Canadá”.
En Febrero del año pasado tuve la oportunidad de aplicar para un intercambio de un año en Alemania, pero decliné porque me estaba preparando para el proceso de preselección del equipo nacional de tocho. Mis papás no lo vieron muy conveniente, sintieron que estaba poniendo mis sueños de juventud por encima de mi futuro. Pero no se opusieron, lo aceptaron, y al final, me apoyaron.
Se llega Febrero de este año, me entero que no quedé en la selección, y me dispongo a iniciar mi papeleo para aplicar, ahora sí, a un intercambio.
No sé muy bien porqué escogí Canadá. Bueno, sí, por las clases. Claro, para la mayoría suena atractivo irte a España, Alemania, Corea, China, o el país más lejano que encontremos, para mi también, pero honestamente no quería vacaciones, ningún programa me gustó tanto como el que ofrecía la Universidad de North Island en Isla Vancouver, Canadá, aunque estuviera a 2 horas de la gran ciudad, en un área rodeada de árboles y frío.
Recuerdo lo cansada que estaba de pensar. Hubo un momento en el que ya ni siquiera me quería ir de intercambio. Me aterraba la soledad, el miedo a no encajar, básicamente mis inseguridades se unieron para atarme a una silla, hacer una presentación en Power Point y convencerme de que no tenía sentido irme y me debería de quedar.
Pero después de tanta duda, nerviosismo, y batallas internas, superé la barrera del miedo.
Era un viernes y después de muchos días de indecisión, opté por Canadá. Junté todos mis papeles el fin de semana, y el lunes, hice entrega de los mismos. Luego me di cuenta que faltaban varias cosas más. Se llega el martes y cuando solo me quedaba un paso restante, veo que la Universidad que escogí no estaba dada de alta en el sistema en línea y todo se puso color gris en mi interior. ¿Tanto tiempo invertido para que al final, todo haya sido un error en la página web de las universidades que estaban disponibles?
Busco desesperadamente el apoyo de mi coordinadora y ella se percata de ese error. Se comunica con la oficina encargada de la plataforma, y después de colgar, me informa que la única persona que podía resolver mi duda, ya se había ido, tomó el día miércoles de vacaciones, y por lo tanto, saber si podía o no aplicar para Canadá, lo sabría hasta el jueves.
El último día para entregar todo, era el viernes.
Yo sé, que ustedes pensarán que si me informaban el jueves a primera hora, entonces tendría todo ese día y una parte del viernes para entregar todo.
Pero mi cerebro no funciona así. Era martes y yo sentía el tiempo encima, estaba sudando de la desesperación de saber si tendría que volver a analizar todas las universidades disponibles, seguir imprimiendo formatos a lo loco, asesinando cientos de árboles, sacando mil copias de papeles que nunca volvería a ver, o si podría simplemente seguir con el plan que, en un principio, me costó mucho asimilar.
Martes en la noche, después de estar todo el día afuera (porque estudio en la tarde y en la noche entreno tocho), mi mamá me consuela en la cocina al ver que me derrumbo de estrés.
Miércoles en la mañana y las cosas están un poco más serenas, no queda nada más que aceptar y esperar.
Jueves temprano, mando un mensaje a mi coordinadora y no contesta. Pasa una hora, hago lo mismo, pero aún no hay respuesta. Hago mi tarea, voy a la escuela, subo las escaleras a dirección y me percato de que no está en su oficina.
Pánico.
Voz interna. “Todo estará bien, es temprano, en cualquier momento regresa”.
Pasan como 30 segundos y entro en desesperación porque aún no regresa.
Y en eso se aparece cual ángel de la guarda en la dirección. Podría jurar que le salían alas de la espalda. Lo único que pensé fue que las hubiera usado para llegar más rápido de su desayuno.
Nos sentamos, le recuerdo la situación que me estaba dejando calva. A lo que sencillamente contesta “¿No te había avisado ya? Era un error de la página. La Universidad sí está disponible.”
Ah, entonces ¿ya?
Entonces todo normal.
Sí.
Entonces tengo hasta mañana.
Sí.
Ah. Okay. Gracias.
Mi mente no asimilada que por lo que estaba pensando constantemente las últimas 39 horas se había resuelto en una plática de 17 segundos. En ese momento un peso se me quitó de encima y antes de que piensen que mi problema era de una chica blanca privilegiada, les corrijo, mi problema es mental, y ese no distingue entre tu color de piel o nivel socioeconómico.
Todo marchó como debía marchar. Hasta que dejó de ser así.
Hace 5 semanas les dije a mis papás que aún había esperanza. Hace 2 (incluso más, incluso menos, no tengo ya buena percepción del tiempo) la esperanza murió: mi intercambio, y el de todos los estudiantes que planéabamos tener la experiencia universitaria de nuestras vidas en el semestre Agosto-Diciembre, ha sido oficialmente cancelado.
Vivir esa semana de estrés de entrega de papeles claro que valió la pena. Aprendí, nuevamente, de mi. Claro, me siento triste, pero al mismo tiempo relajada. Puede que, en un futuro, aplique a una maestría en el extranjero con los ahorros que tenía para mi intercambio, o que con ellos me sustente en otra ciudad para realizar mis prácticas profesionales, o igual y tú que me lees compartes mucho este texto, me vuelvo viral, y me voy a vivir a Hawaii.
No puedo vivir estresada por cosas que no puedo controlar. Hago lo que me toca de la mejor manera posible, y aún así, el resultado siempre será incierto. Nunca sabes cuándo alguien se comerá un murciélago, pensará que sabe grandioso, lo comercializará durante décadas en un mercado de comida exótica hasta que de pronto, desate una pandemia.
Por el momento estoy en mi jardín, viendo las piñas crecer, y me pregunto si realmente las probaré.